Hora de despertar. La autocomplacencia es arriesgada.
Amancio Ortega (cofundador de Inditex) no es un hombre que suela conceder entrevistas. De hecho se le conocen muy pocas declaraciones públicas.
En una de esas entrevistas reveló cuál ha sido siempre su actitud en el trabajo y cómo gestionó el éxito de la Compañía.
Estas son sus palabras (una lección de cómo hay que actuar en época de vacas gordas):
Lo peor es la autocomplacencia.
En esta compañía nunca nos hemos confiado. Yo nunca me quedaba contento con lo que hacía y siempre he tratado de inculcar esto mismo a todos los que me rodean.
El optimismo es negativo. Hay que poner diariamente la organización boca abajo. Y hay que inventarse de vez en cuando una suspensión de pagos. El éxito nunca está garantizado.
No todos los días se logran metas, se consiguen buenos resultados o se ganan importantes clientes. Cuando todo eso llega a nuestras vidas lo que apetece hacer es ponerse cómodo para saborear las mieles del éxito y cruzar los dedos para que todo siga funcionando igual de bien.
Este comportamiento, que afecta a Organizaciones y personas por igual (a todos), es la autocomplacencia que Amancio Ortega ha tratado siempre de evitar.
La autocomplacencia aturde, adormece los sentidos y nubla la mente. Los síntomas son muy claros: empiezas a ver todo con un exagerado optimismo y (falsa) seguridad, pierdes el deseo de competir, ignoras oportunidades, bajas la guardia con los clientes, los riesgos no parecen tan importantes y sobre todo, crees que la reputación que has adquirido responde por ti de manera indefinida y que ya no tienes nada más que demostrar.
Por suerte, existe una manera de evitar ser víctima de la autocomplacencia. El truco consiste en que esa sensación de euforia pase cuando antes y no dure mucho tiempo. Y a propósito de ello voy a contar una historia.
Existió un monasterio budista que antaño gozó de un gran esplendor pero con el paso del tiempo había entrado en decadencia.
El abad que lo dirigía estaba profundamente preocupado. Veía que los monjes cada vez eran más descuidados y laxos en su actividad, por lo que muchos de los principiantes que llegaban desertaban a otros centros donde sí se observaban los principios budistas.
El abad decidió emprender un viaje y pedir ayuda a un sabio que vivía retirado. Cuando por fin se encontró frente a él, le contó lo mucho que deseaba que su monasterio volviera a ser el retiro floreciente que había sido en tiempos pasados.
El sabio le miró a los ojos y dijo: «La razón por la que tu monasterio ha languidecido es que Buda está viviendo de incógnito entre vosotros y no lo habéis honrado debidamente.»
El abad no podía creerlo. ¡El propio Buda residía en su monasterio! ¿Quién podría ser? ¿El Hermano Hua?… No, él era demasiado holgazán. ¿El Hermano Po?… Tampoco, siempre estaba irascible y malhumorado… Y de pronto se percató. ¡Claro! El sabio dijo que Buda se había disfrazado y qué mejor disfraz que ocultarse bajo una capa de pereza o de mal humor.
Cuando por fin reunió a los monjes y les reveló las palabras del sabio, todos se sorprendieron. Al momento comenzaron a mirarse unos a otros con recelo y temor. ¿Quién de ellos sería? El disfraz era perfecto.
Así pues, cada monje empezó a tratar a los demás con el respeto que se le debía a Buda. Él estaba entre ellos, cualquiera podía serlo y nadie quería deshonrarle. En poco tiempo el monasterio volvió a conocer la gloria y los monjes adquirieron ese brillo interior que en otro tiempo provocó tanta admiración.
Hay quien confunde la autocomplacencia con estar ocioso y vaguear. Pero no es lo mismo.
Ser autocomplaciente es no tener tiempo para los demás y estar ciego y sordo ante lo que ocurre alrededor.
Ser autocomplaciente es creer que por haber alcanzado el éxito los miembros del equipo ya han cubierto sus necesidades de formación y desarrollo.
Ser autocomplaciente es ignorar los problemas y hacer la vista gorda ante nuevas amenazas.
Ser autocomplaciente es conformarte «hoy» con unos niveles de calidad que «ayer» considerabas inaceptables.
Y por último, también hay un punto de autocomplacencia cuando esperas que te digan qué hacer en lugar de mostrar iniciativa.
Como sugiere Amancio Ortega, el mejor remedio contra la complacencia es inventarse un entorno inseguro que obligue a tener los cinco sentidos en alerta y preguntarse ¿Cómo podría hacer esto diez veces mejor?
Por poner un ejemplo de complacencia corporativa son legendarias unas declaraciones que hizo Steve Ballmer, CEO de Microsoft, cuando se le preguntó sobre Apple. Por aquel entonces Microsoft era la mayor compañía tecnológica del mundo con una cuota del 96% en software de smartphones. Durante la entrevista Steve Ballmer subestimó a la competencia asegurando entre risas que Apple nunca tendría opción de conseguir una cuota significativa en el mercado. De hecho, no le auguraba más de un 4-5% de participación en el segmento de smartphones y también estaba convencido de que el iPhone se convertiría en un teléfono de nicho…
Hoy ya sabemos lo poco atinado que estuvo en sus afirmaciones.
El éxito es un pésimo profesor. Seduce a la gente inteligente para que piense que no puede perder. (Bill Gates)
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