Oficina libre de ruidos: ¿Quimera o realidad?

Hace unos años circuló por internet un video en el que se veía cómo en una oficina de tipo abierto (sin paredes), una mujer hablaba por teléfono de manera bastante ruidosa, ajena a las miradas de reprobación de sus compañeros.
Ignoro si el video mostraba una situación real o era fingida. Mi sentido común hace que me incline más por lo segundo. La situación es tan escandalosa que me cuesta creer que alguien pueda actuar de una manera tan egoísta en un lugar de trabajo, donde el espacio se comparte con otros compañeros.
Si ya es sorprendente la primera parte del video, la segunda es aún mucho más. De repente, se ve la inesperada reacción de uno de los compañeros, destrozando el teléfono y acabando bruscamente con la situación. Aquí lo puedes ver. Tan reprobable son los modales de la primera como del segundo. La violencia nunca está justificada.
Por fortuna no es lo habitual encontrarse en el trabajo con compañeros tan molestos e incómodos. Cuando se da una situación parecida y alguien levanta excesivamente la voz, normalmente basta un simple aviso para que uno se percate. A partir de aquí, lo que procede es bajar el sonido o bien continuar la conversación en otro sitio.
Hoy en día, la gran mayoría de las oficinas tienen lugares de trabajo abiertos. Los despachos quedan reservados para los directivos o para salas de reunión o formación. Que no haya paredes tiene la ventaja de mejorar la comunicación, pero como hemos visto, atrae el importante problema del ruido.
En mi opinión, ruidos como los que causan los equipos de oficina (teléfono o fotocopiadoras) pasan más desapercibidos que los que provocan las personas. El murmullo, las conversaciones en las que uno no está directamente implicado y los movimientos de personas que vienen y van, son más difíciles de llevar y el factor nº 1 para las distracciones.
Si queremos que la oficina sea realmente un «Lugar de Trabajo» tenemos que desterrar tres hábitos que en gran parte nos vienen dados por nuestra cultura mediterránea tan locuaz y abierta, pero que no dejan de ser prácticas que manifiestan una falta de respeto hacia los compañeros.
Hábitos a desterrar:
1. Activar el manos libres.
Útil es, pero molestar lo hace, y mucho. Se recurre a él infinidad de veces: para que pueda escuchar la conversación más de una persona, para seguir tecleando mientras se habla por teléfono, para no tener el auricular pegado a la oreja mientras se espera a ser atendido, obligando a todo el mundo a escuchar la música de fondo, tan sólo interrumpida por la voz grabada de una señorita que «nos atenderá en breves minutos…»
Para evitar que el teléfono acabe como en el video, es mejor no poner a prueba a los compañeros. En su lugar, unos cascos son una buena solución si necesitamos tener las manos libres mientras hablamos.
2. Los politonos del móvil.
No digo que haya que terminar con los politonos, Dios me libre, pero sí con el timbre muy alto en el móvil mientras estemos en la oficina, especialmente si nos vamos a levantar dejándolo sobre el escritorio. Antes de ver las llamadas perdidas, los compañeros ya nos habrán avisado de que alguien nos ha estado llamando. Si podemos dejarlo en vibración, mejor, lo oiremos de igual forma.
3. Hablar a gritos.
No porque esté en tercer lugar es menos importante. La tentación es muy grande cuando tenemos que decirle algo a un compañero que está tres puestos más allá y en nuestro campo de visión. ¿Por qué levantar el cuello, gritar su nombre y vociferarle algo cuando existen alternativas como escribirle un e-mail, llamarle por teléfono o ir hasta él?
Pensemos en los demás. Hagamos de la oficina un lugar agradable. No tiene sentido añadirle más estrés a la carga de trabajo. Los cambios siempre empiezan por uno mismo, predica con el ejemplo, especialmente siendo un mando intermedio con posibilidad de influir en los demás.
Qué mejor cita que esta de Albert Einstein:
Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera.
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